De Norte a Sur de Sur a Norte

Jul 21, 2020 | Comunidad

Quienes creen en el destino, dirían que estaba escrito que Igor y Julia algún día serían pareja. En Chile vivían a menos de 100 kilómetros, ella en Rancagua, él en Santiago.

El azar quiso que debieran recorrer decenas de miles de kilómetros y aclimatarse algunos años, en una sociedad del otro polo del mundo, para terminar por conocerse en Estocolmo y casarse hace ya casi 40 años.

Igor Rivera trabajaba en su oficio, la contabilidad, en Lan Chile hasta el golpe de Estado. Hombre de rutinas y deberes, acudió a su trabajo como siempre después del golpe, sin pensar en lo que le ocurriría. Las nuevas autoridades militares, conocían ya la historia de cada uno de los trabajadores del lugar y sabiendo que Igor era parte del sindicato, lo detuvieron y enviaron junto a miles de otros chilenos a la gran prisión que fue el Estadio Nacional. 

Luego de unos meses allí, salvó la vida, fue liberado y como muchos otros, se refugió en el país vecino, Argentina. Alcanzó a estar un año allí, cuando las cosas empezaron a ponerse oscuras para los refugiados chilenos bajo el gobierno de Isabel Perón, Isabelita, y viajó a Rumania, donde fue acogido como exiliado. Tras tres años en ese país, pese a haber sido bien recibido, teniendo trabajo y cierta comodidad para vivir, decidió emprender de nuevo viaje a otro destino, Suecia, donde vive hasta hoy. La razón: dos hijos adolescentes a los cuales pretendía darles la mejor educación. Ambos hoy día son ingenieros.

Como muchos exiliados en Suecia, en los primeros tiempos realizó labores de limpieza, hasta que finalmente, una vez que dominó el idioma, logró un contrato como contable en un Hospital de Estocolmo, en Huidingen. En un discurso notable, el primer ministro sueco en la época, Olof Palme, respondiendo a quiénes protestaban por el exceso de inmigrantes, dio cuenta de los millares de coronas en pago de impuestos que dejaban en Suecia los trabajadores extranjeros, sin que el Estado sueco hubiera asumido el costo de educarlos, pagarles sus derechos sociales y sus capacidades. 

En un rasgo de humor, mencionó que Suecia podía exhibir los trabajadores de limpieza más cultos del mundo, ejemplificando con los chilenos. Médicos, abogados, arquitectos, ingenieros, administradores, profesionales de alta calificación han debido pasar por esos trabajos mientras aprendían el idioma y lograban certificar sus títulos para ejercer sus profesiones, refirió.  

Una situación que se desconoce, es que las dificultades de adaptación a culturas no sólo diferentes, a veces hasta opuestas en el modo de relacionarse, generó quiebres en las relaciones personales familiares, produciéndose muchas separaciones y divorcios. Fue el caso de ambos.

Julia Moreno emprendió viaje por motivos de reunificación familiar con su ex marido, padre de un niño de 7 años. Su adaptación al nuevo país fue en algunos períodos dolorosa. La pareja ya no era como fuera, Julia durante un tiempo se bloqueaba sicológicamente en el aprendizaje del nuevo idioma y esto la afectaba sensiblemente porque era una barrera para imaginar un futuro mejor para ella y su hijo.

Refiere una situación casi hilarante, pero para ella dura y difícil de aceptar. En el idioma sueco orinar y besar tiene una diferencia casi mínima para el oído extranjero, porque sólo las separa una consonante difícil de  pronunciar, particularmente para un latino. Julia confundió en la pronunciación lo que quería expresar y los demás alumnos rompieron a reír a carcajadas. Ella lloró y huyó del curso por la vergüenza.

Felizmente, todo aquello quedó atrás y el encuentro con Igor fue un bálsamo que les permitió buscar en la segunda oportunidad que les ofreció la vida la estabilidad y apoyo que buscaban para ser felices.

Pero la patria de origen en la vida del exiliado o del emigrante nunca se olvida. Allá quedaron padres, hermanos, amigos, un pedazo de la vida que es inolvidable. Viajaron a Chile y encontraron un refugio en su casa de El Pangal. La razón más poderosa, la enfermedad de la madre de Julia a quién trajeron a vivir con ellos hasta su mejoría.

Acá refieren, hicieron amigos que nunca olvidarán. Hicieron parte de un grupo de amigos pangalinos con quiénes se visitaban casi diariamente recorriendo las diferentes casas y con quiénes pasaron momentos que formarán parte de sus recuerdos y conversaciones en Suecia. Allá tiene hijos y nietos, tienen casa en un lugar hermoso de Estocolmo, en Trusa. Esta vez el viaje es definitivo. Dejan la casa de El Pangal a un nuevo vecino y parten en busca de la familia que allá crearon. Una decisión que siempre tiene de dulce y de agraz y que hace parte del destino de todo exiliado. Algún día debe decidir en qué mundo se establece.

Felicidades Julia e Igor.

Por Hernán Coloma A